Lazos de Amor
Amor y Psykhe
En la cosmogonía órfica, dioses y hombres con todos los seres
vivientes, tienen su origen en el mar inmenso y en Tetis la Madre
Universal.
La Noche fue amada por el Viento y pare un huevo de plata en el seno
de la Oscuridad. De ese huevo nace “Amor” en tanto que la Tierra y
el Cielo se forman a partir de las dos mitades de la cáscara rota.
De acuerdo a Hesiodo, ante todo el Abismo, luego la tierra de anchos
flancos, cimiento seguro ofrecido para todos los seres vivos, y
“Amor”, el más bello entre los dioses inmortales, aquel que rompe
los miembros y que, en el pecho de todo dios como de todo hombre,
doma el corazón y el sabio querer.
Considerado otras veces hijo de Afrodita y Hermes, nos dice Platón
en “El Banquete”, una naturaleza doble, según sea el hijo de
Afrodita Pandemos, diosa del deseo carnal o de Afrodita Urania, que
es la de los amores etéreos.
Puede también, en sentido simbólico, haber nacido de la unión de
Poros (poro) y de Penia (personificación de la pobreza), porque está
a la vez, siempre insatisfecho, en búsqueda de su objeto y lleno de
artimañas para alcanzar sus fines.
A menudo es representado como un niño o adolescente alado, desnudo,
“porque encarna un deseo, que prescinde de intermediarios y que no
se sabría ocultar” .
El hecho de que “Amor” sea un niño, simboliza la eterna juventud de
todo amor profundo, pero también una cierta irresponsabilidad:
muchas veces el Amor burla de los seres humanos a quienes caza, o
atraviesa con sus flechas, a veces incluso sin verlos, a quienes
ciega o inflama (arco, flechas, carcaj, ojos vendados, antorcha,
etc.: iguales símbolos en todas las culturas).
El Globo que tiene en sus manos sugiere su universal y soberana
potencia. “Amor” queda como el dios primero “que asegura no
solamente la continuidad de las especies, sino la cohesión interna
del Cosmos”.
El amor pertenece a la simbólica general de la unión de los
opuestos, coincidentia contrariorum. Es la pulsión fundamental del
ser, la libido que empuja toda existencia a realizarse en la acción.
Es él, quién actualiza las virtualidades del ser. Pero este paso, al
acto solo se produce por el contacto con el otro, por una serie de
intercambios materiales, sensibles, espirituales, que son otros
tantos toques.
El amor tiende a superar esos antagonismos, a asimilar fuerzas
diferentes, a integrarlas en una misma unidad. En este sentido esta
simbolizado por la cruz, síntesis de las corrientes verticales y las
corrientes horizontales; por el binomio chino del Yin -Yang. Desde
un punto de vista cósmico, después de la explosión del ser en
múltiples seres, es la fuerza que dirige el -retorno a la unidad; es
la reintegración del universo, marcado por el pasaje de la unidad
inconsciente del caos primitivo, a la unidad consciente del orden
definitivo.
La libido se ilumina en la conciencia, donde puede convertirse en
una fuerza espiritual de progreso ético y místico.
El yo individual sigue una evolución análoga a la del universo: el
amor es la búsqueda de un centro unificador, que permitirá realizar
la síntesis dinámica de sus virtualidades.
Dos seres que se dan y se abandonan se reencuentran el uno dentro
del otro, pero elevados a un grado de ser superior, si al menos el
don ha sido total, en lugar de estar solamente limitados a un nivel
de su ser, la mayoría de veces carnal.
El amor es una fuente ontológica de progreso en la medida en que es
efectivamente unión y no solamente apropiación. Si esta pervertido,
en lugar de ser el centro unificador buscado, pasa a ser principio
de división y muerte.
Su perversión consiste en destruir el valor del otro, para intentar
someterlo egoístamente a uno mismo, en lugar de enriquecer al otro y
a si mismo de un don reciproco y generoso que los haga a cada uno de
ellos ser más, al mismo tiempo que llegar a ser más ellos mismos.
El amor es el alma del símbolo, es actualización del símbolo, porque
este es la reunión de dos partes separadas del conocimiento y del
ser. El error capital del amor es que una parte se tome por el todo.
El conflicto entre el alma y el amor lo vemos en el celebre drama
mítico de Psykhe y Eros.
Psykhe muchacha cuya belleza sobrepasa la de las más hermosas, no
puede encontrar novio: su perfección misma asusta. Sus padres,
desesperados, consultan el oráculo: hay que engalanarla como para un
casamiento y exponerla sobre un peñasco en la cumbre de la montaña,
donde un monstruo vendrá a tomarla por esposa.
En medio de un cortejo fúnebre, es conducida al lugar asignado y se
queda sola. Pronto un viento ligero la lleva por los aires hasta el
fondo de un valle profundo, en un palacio magnifico donde unas voces
se ponen a su servicio como si fueran esclavos. Por la tarde, siente
una presencia a su lado, pero no sabe quien esta allí. Es el marido
del que ha hablado el oráculo; el no le dice quien es; le advierte
simplemente que, si ella lo ve, lo perderá para siempre.
Días y noches transcurren en el palacio y Psykhe es feliz. Pero
quiere volver a ver a sus padres y obtiene el permiso de regresar
algunos días junto a ellos.
Allá, sus hermanas, celosas, despiertan su desconfianza y de vuelta
a su palacio, a la claridad de una lámpara, mira, dormido cerca de
ella, a un bello adolescente. Pero, ioh!, la mano de Psykhe tiembla:
¡una gota de aceite hirviente cae sobre Eros!.
El Amor, así descubierto, se despierta y huye. Es entonces cuando
comienzan las desgracias de Psykhe, víctima de la cólera de Afrodita
que le impone tareas cada vez más difíciles para atormentarla.
Pero Eros no puede olvidar a Psykhe como tampoco ella puede
olvidarlo.
El obtiene de Zeus el derecho a desposarla. Ella se convierte en su
mujer y se reconcilia con Afrodita.
En este mito,
Eros simboliza el amor, y particularmente el deseo de gozo; Psique
personifica el alma, tentada a conocer este amor.
Los padres representan la razón, que combinan los arreglos
necesarios.
El palacio condensa las imágenes de lujo y lujuria, todas las
producciones de los sueños.
La noche, la aceptada prohibición de mirar al amante, la sensación
de una presencia significan la dimisión del espíritu y de la
conciencia ante el deseo y la imaginación exaltados. Es el ciego
abandono a lo desconocido.
La vuelta junto a los padres, es un despertar de la razón;
las preguntas de las hermanas son las del espíritu curioso e
incierto. No es aún la conciencia que se alumbra, es la duda y la
curiosidad.
Psykhe, de vuelta al palacio, desea ver a su amante: toma una
antorcha. Ésta no es aún más que la luz humeante y temblorosa de una
mente que duda en transgredir la regla y percibir la realidad.
El alma tiene la intuición frente a ese cuerpo admirable y
esplendido de cuanto su presencia cercana encierra de monstruoso, a
este nivel oscuro de realización.
Descubierto, el amor se escapa.
Alumbrada pero afligida, yerra a través del mundo, perseguida por
Afrodita, doblemente celosa, como mujer, de la belleza de Psykhe,
como madre, del amor que la joven inspira a su hijo Eros.
El alma conoce las torturas de los Infiernos, donde Perséfone le da
sin embargo un frasco de agua de Juventa:
después de la expiación, el principio de la renovación. Le advierte
que por ningún motivo podría abrir ese frasco, pero de vuelta Psykhe
lo abre, y cae en un profundo sueño.
Psykhe dormida es despertada por una flecha que lanza Eros, el cual,
también desesperado, la ha buscado por todas partes: es la
persistencia del deseo en ella. Pero, esta vez, la autorización de
casamiento se le pide a Zeus: es decir que la unión de Eros y de
Psykhe se realizará, no ya solamente al nivel de los deseos
sensuales, sino según el Espíritu.
Divinizado entonces el amor, Psykhe y Afrodita, los dos aspectos del
alma, el deseo y la conciencia, se reconcilian. Eros ya no aparece
más bajo sus meros rasgos físicos: ya no es temido como un monstruo;
el amor es integrado a la vida.
Psykhe desposa es la visión sublime del amor físico; se convierte en
la esposa de Eros: el alma halla de nuevo su capacidad de la
ligazón.
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